El post de hoy está dedicado a una de las comarcas litorales que conforman la provincia de Barcelona: el Maresme. En ella, se esconde una pequeña población (en el 2010 apenas contabilizaba 9.557 habitantes) famosa por ser una de las plazas fuertes del modernismo catalán y, por supuesto, por sus excelentes vinos. Se trata, como no podía ser de otro modo, de la encantadora Alella.
En este sentido, su extraordinaria climatología mediterránea y su suelo constituyen la clave del éxito de su la actividad vitivinícola local, que se despliega en una superficie de 400 hectáreas y que cuenta con su propia denominación de origen. De sus plantaciones de viñedos, salen fundamentalmente vinos blancos cuya graduación suele oscilar entre los 11,5º y los 13º.
La villa —cuyos orígenes se remontan más de mil años atrás— se halla situada al sur del Maresme, entre las cimas de En Mates, Colomer y Cabús, muy cerca del mar y rodeada de campos de cultivo, bosques, playas y acantilados. Su monumento más destacable es la iglesia de Sant Feliu (del siglo XV, aunque ampliada entre 1611 y 1613), de estilo gótico y renacentista. No obstante, presenta elementos románicos en el primer cuerpo del campanario, de planta cuadrangular. Las campanas del reloj fueron realizadas en Lima en 1772. En el interior del edificio, el vistante encontrará un Cristo pintado por Antoni Gaudí.
En cualquier caso, esta localidad barcelonesa cuenta con otros tantos edificios de interés histórico, tales como la antigua Casa de Alella o Casa de les Quatre Torres y Cal Governador (en la imagen), sin olvidar algunas masías del siglo XVI y posteriores.
Además, en sus inmediaciones se concentran notables construcciones erigidas a partir del siglo XIX, de factura modernista y novecentista, como La Gaietana o la del Marqués de Alella. Asimismo, también vale la pena prestar atención a su interesante Cooperativa vinícola (1906), obra del arquitecto Jeroni Martorell, así como a la Masía-Museo Can Margarola.